El Valle de Abraham



“El Valle de Abraham”


Dirigida por Manoel de Oliveira en 1993.

Apoyada en gran parte en un complicado texto de la novelista portuguesa Agustina Bessa-Luís que a su vez se inspira en la "Madame Bovary" de Flaubert.
Narra la historia de Ema, una bonita joven portuguesa casada por conveniencia con un rico médico de la región, encoñado, si, pero que no ofrece más que aburrimiento eterno a su joven esposa. Lo que provoca que la joven investigue acerca de por dónde anda la diversión. 

Debo destacar en primer lugar una narración de la que se encarga Mário Barroso, responsable al mismo tiempo de la fotografía, quien pone un cálido timbre de voz al servicio de esta refinadísima cinta y que junto a la musicalidad y dulzura de la lengua portuguesa aportan algo de distracción a esta digamos, sedante cinta.




La puesta en imágenes se caracteriza por un refinamiento y exquisitez cercanos a la perfección, tanto en el diseño de producción, como iluminación, fotografía, vestuario o dirección artística, el nivel de detalle y laboriosidad de la propuesta son en todo momento irreprochables, hasta tal punto que se pasa de rosca, en mi opinión, decepcionando al aficionado (como en los toros) con un desfile incesante de gasas, velos, pamelas, antigüedades, hierro forjado, sonatas de Schubert y encuadres floridos. En definitiva, tres kilos y medio de kitsch burgués, pero sin los excesos irónicos del kitsch. Demasiado para cualquier estómago, por muy vacío que esté de buen cine.




Y siguiendo con el relato: es arrebatadora, eso si, la sensación de reto y desafío de la belleza de Ema con el contrapunto de su "defecto físico": es coja!, detalle o "inconveniente" que parece pasar desapercibido y al que ninguno de sus amantes alude en ningún momento. 

No será una película fácil para un espectador acostumbrado a los estrenos de la semana y cabrá ir siguiendo metódicamente las explicaciones del narrador para tener bajo control el permanente flujo de personajes, situaciones y emociones que se suceden de forma calmosa y pausada a lo largo de sus tres horas y algo de metraje, si, has oido bien, de las que no cabían en una cinta VHS. (187 m., la versión corta. 203 m., la versión del director)




Y volviendo con el relato, un ejemplo: la secuencia en que Ema, peinándose ante su espejo con suave acompañamiento de piano, decide tener una noche de amor (oh!!) con Carlos, su marido, y de cómo enciende una palmatoria (oh!) y con la única luz de la velita, (oh!) se dirige lentamente hasta la habitación de su sorprendido marido. (oh!) Oh!, si, pero ¡Total diez minutos de reloj!




Tampoco se trata de despacharla en dos segundos, como en un telefilme, pero 10 minutos de esto más diez de lo otro, acabarán seguramente por fulminar en su asiento al espectador más acorazado. 

Si el espectador se mantiene firme, como hizo un servidor, encontrará la gratificación en forma de algunos grandes momentos de buen cine que a pesar de esos trazos del para mí, soso formalismo visual, cuando no directamente vulgar, le acercarán a una gran obra no sólo para ser vista sino más bien para ser leída. A ser posible junto a una ventana con vistas al Duero. Oh!.







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